martes, 18 de junio de 2013

Quincedejuniodedosmiltrece.

Después de un viaje en el que el tiempo transcurre demasiado lento y mientras intentas escuchar tu mp3 entre el murmullo de los niños/adolescentes que te acompañan en el viaje, miras por la ventana y solo ves una carretera que te da la sensación de que es tan grande que te pierdes en ella. Ensimismada, te giras hacia tu derecha y ves a todos esos niños, felices, alegres y contentos, cada uno por una razón, pero al fin y al cabo, todos persiguen el mismo deseo: llegar al final del viaje y disfrutar de un día que sin duda, será el mejor para ellos en mucho tiempo. Mientras los miro, sonrío y vuelvo a mirar por la ventana recordando viejos momentos, viejos recuerdos que afloraban en mi mente sin que fuera capaz de echarlos de ella.
Después, coincidiendo con un cambio en el camino y en la música de mi mp3, descubro que mi mente divaga más allá de unos simples recuerdos y entonces empiezo a sentir ese sentimiento conocido como `` echar de menos´´.
La música me acompaña y parece como si ese momento el mp3 le dedique la canción exacta, los versos más apropiados y la sonoridad que cada uno se merece a cada uno de ellos. Me parece un momento mágico.
Con cada canción llegan los recuerdos y con ellos el pensar si, de vez en cuando ellos también se acuerdan de mí.
El viaje de ida toca su fin, apago el mp3 y dispongo a tranquilizar a los pequeños en `` la nueva edad del pavo´´ que están acelerados por el día que acaba de comenzar. En ese momento, verles así me parece lo más increíble del mundo.
El día transcurre y verles solamente sonreír a pesar de las altas temperaturas hace que me sienta bien, que me olvide de todo y que gracias a ellos disfrute el día con ellos.
Cada rincón de esa ciudad, mi consentida, hace que me imagine los besos más dulces al lado de la persona más maravillosa del mundo, sonrío e imagino también un montón de fotos inmortalizando tales momentos, para nosotros, para que, aunque los tengamos guardados en la mente, queden grabados y quién sabe, puede que compartidos también con aquellos a los que amamos.
El final del día llega pronto y sus caras abatidas lo demuestran. La vuelta fue aún más fría, más silenciosa, más larga. Mientras el autobús que nos traía de vuelta a casa nos alejaba de mi consentida ciudad, mis sentimientos eran cada vez más próximos al llanto, pues no quería irme, quería quedarme, conocer cada rincón, cada parque, cada trozo de asfalto, cada estatua, cada milímetro…
Mientras el autobús surcaba las mismas carreteras por las que nos había llevado, mis ojos se iban cerrando, abatidos y cansados, pero se volvían a abrir haciéndome sentir la necesidad de cuidar a los pequeños que viajaban conmigo, tan inocentes y frágiles que no dejaban que bajara la guardia en ningún momento. Ellos dormían ajenos a lo que pasaba fuera, por mi mente y ajenos también a los demás pasajeros del pequeño autobús. Poco a poco, a mi mente se le antojó imaginarse una vida futura, tal y como yo la he imaginado miles de veces. Sonreí.
El viaje tocó fin en torno a la 1 de la madrugada, cuando los pequeños se despertaron y entre legañas y frío bajaban las escaleras de aquél pequeño autobús dirigiéndose a sus padres sin contarles aún nada de lo que habían vivido y solamente pronunciando entre sueños: ``mamá, necesito dormir´´.

Me metí en la cama y como si de uno de esos pequeños se tratara, mi mente comenzó a divagar por los sueños, aquellos que quizá algún día se hagan realidad.

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